Solemos decir —y es cierto— que sin una sustancial mejora tecnológica, la transición energética será muy costosa para el conjunto de los ciudadanos. Pero enfatizar tanto el aspecto intangible de la transición —tecnología— puede que nos lleve a soslayar otra condición igualmente importante y mucho más tangible: la transición energética requerirá de una fortísima intensificación de la extracción de ciertos minerales como el cobre, el níquel, el cobalto o el zinc.
Y es que la reconversión de todo el sistema eléctrico en centrales renovables, o la reconversión de todo el parque automovilístico en vehículos eléctricos, o el uso más generalizado de baterías requerirá de mucha más extracción de recursos. No solo porque desechar lo que hay para construir lo nuevo absorbe nuevos recursos, sino porque cada central renovable o cada coche eléctrico necesita de muchos más de estos recursos que las centrales de gas o los automóviles tradicionales. Por ejemplo, según la Agencia Internacional de la Energía, una central eólica requiere de 10 veces más minerales (sobre todo, cobre y zinc) que una central de gas o de carbón: en particular, por cada MW de potencia instalada, una eólica necesita entre 10.000 y 15.000 kilogramos de minerales, mientras que una central de ciclo combinado utiliza 1.100 y una de carbón, 3.000. Asimismo, el coche eléctrico medio consume seis veces más minerales que el coche con motor de combustión (sobre todo, cobre, níquel y grafito): en particular, cada vehículo eléctrico utiliza más de 200 kilos de minerales frente a los 33 del coche con motor de combustión.
No podemos tener simultáneamente progreso económico, luchar contra el cambio climático y conservacionismo ambiental
Tal va a ser la demanda extraordinaria de minerales durante las próximas dos décadas de transición energética que, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, consumiremos tres veces más cobre, ocho veces más níquel, 20 veces más cobalto y 100 veces más litio que durante los últimos 20 años (al menos, si ambicionamos el objetivo de cero emisiones netas). Los ingresos esperables por estos cuatro minerales durante las venideras dos décadas son de más de 13 billones de dólares. De ahí que el éxito de la transición energética no estará únicamente condicionado a la disponibilidad de una mejor tecnología, sino también a que podamos extraer cantidades masivas de minerales al menor coste económico posible (a mayor coste de extracción, mayor coste de producción de centrales o de vehículos y, por tanto, menor eficiencia de la transición).
Y de ahí también que el maximalismo ecologista que pretende combatir el cambio climático al tiempo que promueve un conservacionismo radical del entorno natural case tan mal con el desarrollo económico y social. A este respecto, bien podríamos formular un trilema del que la inmensa mayoría de nuestros políticos y activistas medioambientales no nos quiere hablar. No podemos tener simultáneamente progreso económico, luchar contra el cambio climático y conservacionismo ambiental. Progreso económico y luchar contra el cambio climático implica renunciar al conservacionismo ambiental (pues la lucha contra el cambio climático sin renunciar al progreso económico requiere de una transición energética que, a su vez, requiere de una fuerte actividad minera); progreso económico y conservacionismo ambiental implica renunciar a luchar contra el cambio climático (pues renunciaríamos a la transición energética y, para crecer, habría que continuar utilizando combustibles fósiles si queremos seguir creciendo); luchar contra el cambio climático y conservacionismo ambiental supondría renunciar al progreso económico (pues sin combustibles fósiles y sin transición energética solo nos quedaría un muy intenso decrecimiento).
Los políticos deberían empezar por tratar a sus votantes como adultos, informándoles de cuál es el coste real de sus distintas ocurrencias
Por eso, aquellos políticos que prometen simultáneamente abandonar los combustibles fósiles y limitar de manera muy significativa la actividad minera de su país —el último en hacerlo ha sido el candidato a la presidencia de Colombia, Gustavo Petro— en realidad están defendiendo una transición energética cara e incompleta que solo redundará en menor crecimiento económico para su población. Los políticos deberían empezar por tratar a sus votantes como adultos, informándoles de cuál es el coste real de sus distintas ocurrencias: colgarse la medalla de ecologista —no combustibles fósiles, no minería— sin explicitar quién y cómo correrá con los costes de esa suntuosa medalla es sumamente tramposo, deshonesto y, si se me apura, incluso sumamente antidemocrático.
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