Como es de amplio conocimiento, en los últimos días se supo la noticia que había sido anunciada con mucha antelación: la devolución al Gobierno nacional de los títulos mineros por parte de la multinacional Glencore y su filial en Colombia, el Grupo Prodeco, convertida desde hace varios años en el tercer mayor productor de carbón térmico del país, generando más de siete mil empleos directos y una considerable suma de dinero en regalías a la nación, que mal o bien utilizadas han significado importantes avances en la inversión social de las regiones.
Con esta decisión renuncian a la explotación carbonífera en el país, hecho, sin duda, lamentable desde todo punto de vista, pero muchas de esas voces que hoy lamentan este proceder de la multinacional eran las mismas que en el pasado escuchábamos exigiendo que se “largaran” del país porque lo único que generaban era contaminación, pobreza, prostitución infantil, delincuencia, trabajadores con discopatías y hernias discales, y un sinnúmero de personas con enfermedades respiratorias derivadas de la inhalación del polvillo que expele el carbón. También nos dejarían los socavones llenos de desechos y desperdicios tóxicos y creo que tenían razón en muchos aspectos.
¿Y ahora qué? Seguramente y como es natural muchos trabajadores estarán haciendo la misma pregunta que inmortalizó José Feliciano en aquella hermosa canción: “Después de ti… ¿qué? Después de ti no hay nada, ni sol, ni madrugada, ni lluvia, ni tormenta, ni amigos, ni esperanza”.
Después de Prodeco… ¿qué? La tristeza y el desconsuelo serán frecuentes en muchas de las personas que directa o indirectamente se beneficiaban como trabajadores, contratistas y proveedores de estas minas. Para ellos esta misma canción se convierte en una voz de esperanza: “Después de haber tenido siempre vuelves a tener. Después de haber querido, intentas otra vez. Después de lo vivido, siempre hay un después. Y después de ti… ¿qué?, después de ti… ¿qué? Después de ti no hay nada”.
Que esta sea una gran oportunidad para reinventarse, para iniciar un nuevo proyecto de vida que les permita estar más cerca de sus familiares y amigos, ver la vida desde otra perspectiva más saludable y productiva sin tantas exposiciones. Que ojalá la indemnización a la que tienen derecho la inviertan de manera eficaz y eficiente para evitar lamentaciones posteriores. A veces el ser humano se enfrenta a situaciones que considera el fin, porque se aferran a algo o a alguien pensando que es lo único valedero e importante, pero no es así, la vida te ofrece un amplio margen de posibilidades y de alternativas para salir adelante.
En el municipio de La Paz, Cesar tenemos un ejemplo vivo de la capacidad de resiliencia y de reinvención de su gente. Después de muchos años de vivir del negocio de la gasolina, en donde algunos perdieron sus bienes, su libertad y hasta sus vidas pensando que no podían vivir de otra cosa distinta, muchos decían que morirían de hambre y no fue así. Dios y el destino les mostraron un camino más tranquilo, menos riesgoso y hoy viven felices sin arriesgar sus vidas ni la de sus familiares y vecinos.
Para el Estado es un reto más, un campanazo de alerta para lo que se viene hacia el futuro con un mundo cada vez más ambientalista, menos carbón, menos petróleo, menos gas propano y más energías renovables protectoras del medio ambiente, como la solar fotovoltaica, hidráulica, eólica, y las procedentes de la biomasa y de los biocombustibles. Es la oportunidad para ir migrando a las fuentes de energías saludables y amigables con el medio ambiente y empezar a mirar el campo con la grandeza y la dimensión que merece, no solo como generador de alimentos sino como generador de empresa, de trabajo y desarrollo agroindustrial regional.
Es la hora de recordar que cuando pensamos que todo a nuestro alrededor gira en contra nuestra, debemos pensar también que los aviones vuelan siempre en contra del viento, y llegan lejos. Y con minería o sin ella, nuestros pueblos llegarán muy lejos solo con la determinación y voluntad de nuestra gente.
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