Chile es, con diferencia, el mayor productor de cobre del mundo, diferencia que se acrecentó en la pandemia, luego que su antecesor, Perú, sufriera un fuerte descenso de la producción debido a la pandemia. Pero Chile, en los últimos años, más que exportar planchas del metal, conocidas como cátodos, lo que ha hecho es enviar concentrado del metal, una especie de arena con cerca de 30% de cobre, que debe ser sometida a los procesos de fundición y refinación para convertirse en cátodos de alta pureza. El resto del trabajo debe hacerse en instalaciones en otros países, fundamentalmente China, que es a la vez el principal comprador del metal chileno.
En 2020, según información revelada por la Comisión Chilena del Cobre (Cochilco), la participación de los concentrados en la producción total de cobre chileno trepó al 74% del total, lo que representa su mayor cifra histórica. Solo el 25,6% de la producción, en cambio, correspondió a cátodos. A modo de ejemplo, en 2011 Chile exportaba un 38% de su cobre en forma de cátodos.
La situación tiene una explicación geológica: “Esto es el resultado del agotamiento de los recursos oxidados de cobre que se procesan a través de lixiviación. Este es un tema geológico y revertir eso escapa de las posibilidades en un corto plazo al menos”, asegura Juan Carlos Guajardo, director ejecutivo de Plusmining.
“La disminución en la producción de cátodos se explica, en parte, por un creciente agotamiento de minerales oxidados, lo que es una tendencia geológica natural. Por otro lado, nuestra capacidad de fundición se ha mantenido invariable en los últimos 30 años lo que implica que si producimos más concentrados, la capacidad de tratarlos en Chile es la misma. Por lo tanto, se exportan como concentrados alterando la matriz de exportaciones de minerales. Hace unos años era menos de 70% y hoy cerca del 75%”, complementa el director de Estudios y Políticas Públicas de Cochilco, Jorge Cantallopts.
El tema, la falta de capacidad de fundición en territorio nacional, ha sido motivo de largo análisis dentro de la minería nacional, con diversas aristas. Una de ellas es la ambiental, considerando el efecto que tienen las emisiones resultantes del proceso de fundición y refinería al medioambiente. Resultado de ello, en 2013 se dictó el Decreto Supremo 28 (DS 28), que obligó a las empresas dueñas de fundiciones a invertir en tecnología que permita capturar el 95% de las emisiones contaminantes. Y si bien el exministro de Minería, Baldo Prokurica, impulsó aplazar la entrada en vigencia de esta norma, para ir más allá y capturar en torno a 98% de las emisiones, esto finalmente no prosperó.
¿Resultado? Hoy solo quedan operativas dos fundiciones privadas: Chagres y Altonorte, siendo todas las demás de Codelco. Incluso, las de la minera estatal no generan una rentabilidad que justifique su continuidad. La estatal incluso ha anunciado que analiza opciones de futuro sobre todo con aquella que más pérdidas le genera: Ventanas, en la V Región.
“Otra cosa es que, asumiendo que tenemos una importante dotación de recursos mineros que llegaran a concentración, planifiquemos el desarrollo tecnológico que permita reducir los costos de transformación y sí sea una fuente de creación de valor. Sin embargo, con las tecnologías existentes en Chile y los costos asociados, en muchos casos pasar de concentrado a cátodo es una pérdida de valor”, concluye Cantallops.
“Respecto al tema valor agregado, creo que lo correcto es entender este aspecto desde una perspectiva económica, es decir en qué etapa productiva se genera mayor valor y en ello la producción de concentrado es ampliamente superior a la de cátodos electro refinados. Una cuestión distinta es si se quiere evaluar si conviene o no tener fundiciones por otros aspectos como los regulatorios o de mercado, en lo cual hay un debate abierto que no se ha podido resolver”, añade Guajardo.
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