Lejos de lo que auguraban los más supersticiosos, las mujeres llevan años haciéndose un hueco en la poderosa minería de Chile, el primer productor de cobre del mundo, y demostrando que los prejuicios, por muy machistas que sean, no son imbatibles.
Son las 2 de la tarde de un miércoles de diciembre en El Teniente, la mina cuprífera subterránea más grande del mundo, ubicada 85 kilómetros al sur de Santiago de Chile y propiedad de la estatal chilena Codelco.
Cesia Barraza choca el codo al compañero a quien va sustituir a los mandos de una pala de 7 metros de longitud, con capacidad para levantar hasta 7 toneladas. Le quedan por delante ocho solitarias horas recogiendo rocas.
“La mina es como un monstruo, pero se puede dominar”, afirma a Efe esta operaria, que fue la primera mujer en el nivel “sub-6” del yacimiento, con más de 3.000 kilómetros de galerías subterráneas.
Cuenta una antigua creencia minera que las mujeres no podían bajar a la explotación porque los hombres se distraían y la mina, celosa y territorial, provocaba derrumbes con su enfado.
La minería es uno de los campos más “masculinizados” en Chile: solo el 8,4 % de la fuerza laboral es femenina, según un estudio del Consejo de Competencias Mineras (CCM).
“En otros países con producción minera, como Australia o Canadá, la participación sube hasta el 20 %”, reivindica a Efe Tamara Leves, presidenta de Women In Mining (WIM) Chile, una ONG global dedicada a acelerar la inclusión de la mujer.
A las barreras culturales, se suman impedimentos estructurales, como una ley de principios del siglo pasado que prohibía el acceso de mujeres y niños a las minas para protegerlos de la dureza de la faena y que no fue derogada hasta 1997, cuando las autoridades “se percataron de su existencia”, explica Leves.
La presencia de mujeres ha crecido en la última década (7,1 % en 2012), pero sigue habiendo una enorme brecha por sexos en la segregación de las tareas y en la formación, pues la mayoría de las trabajadoras se dedican a actividades administrativas y, por lo general, suelen tener más cualificación que los hombres.
Evelyn Jiménez, con casi dos décadas en la industria y actualmente supervisora en el Centro Integrado de Operaciones Mineras de El Teniente, se siente parte de esa transformación cultural, “lenta pero progresiva”, que ha tenido la industria.
“Me tocó vivir un cambio generacional, comencé con trabajadores muy antiguos, con los que tuve que desarrollar varias competencias blandas para poder integrarme. Esta profesión por entonces era 100 % machista“, recuerda.
Aumentar la presencia de mujeres en la minería de Chile
La minería, que representa más del 10 % del PIB chileno, es el motor de la economía y está jugando un rol fundamental en la recuperación del país, inmerso en una gran crisis por la pandemia.
Se calcula que para 2023 se necesitarán cerca de 30.000 personas en la industria, por lo que “aumentar el porcentaje de mujeres no solo responde al legítimo derecho de igualdad, sino que también a la necesidad de mano de obra cualificada“, apunta a Efe la directora de Diversity Development Consulting, Claudia Rojas.
“Hay un 25 % de mujeres que estudian algo relacionado con la minería y solo el 8,4 % termina ejerciendo, lo que evidencia una pérdida importante de talento”, agrega Rojas, también vicepresidenta de WIM Chile.
Con solo 32 años, Natalia Zúñiga conoce bien la situación de las mujeres en la mina. Es jefa de extracción en un sector de El Teniente y tiene a su cargo a 120 personas, entre ellas Barraza.
Es consciente de que la dureza del trabajo, los horarios, la vida en campamentos y la falta de conciliación desincentiva la incorporación de la mujer, pero confía en sumar más rostros femeninos a su equipo a medida que aumenta la automatización y la fuerza se hace accesoria.
“Ahora se necesita precisión y en eso nosotras tenemos una ventaja: somos más delicadas”, añade a su lado Barraza.
La mayoría de las mineras instaladas en Chile tienen metas para acelerar la inclusión y prevenir el acoso, la otra gran lacra de la industria.
Según un estudio de WIM, un 98 % de las mujeres de entre 25 y 35 años dice haber sufrido algún grado de acoso sexual en el trabajo, desde piropos y saludos indecorosos hasta violencia física.
Para Rojas, los principales casos se dan en los campamentos mineros, las viviendas aledañas a yacimiento remotos donde los trabajadores se alojan en sistemas de turnos.
“Quieres que te miren como una compañera, no como un objeto sexual, pero es muy difícil si cada estímulo que tienen en la industria es sexual. Es muy común, por ejemplo, la existencia de prostíbulos a las fueras de los campamentos“, denuncia.
Los techos de cristal que tienen las mujeres no son un tema menor en la minería de Chile. Solo el 14,5 % de ellas ocupa posiciones de dirección o gerencia, de acuerdo al CCM.
Amparo Cornejo es posiblemente quien más alto ha llegado en la minería chilena: es vicepresidenta de Sustentabilidad y Asuntos Corporativos de la canadiense Teck -donde la fuerza laboral femenina dobla la media nacional- y directora de la Sociedad Nacional de Mineria de Chile (Sonami).
Desde su posición, es consciente de los grandes retos que hay por delante y que “no es suficiente” con permitir el acceso a las mujeres, sino que hay que “acompañarlas para que no renuncien”, pues la industria tiene una de las tasas de retención femenina más bajas.
“Puedes generar mucha paridad en algunos cargos más básicos, pero si las decisiones se toman solo por hombres, el cambio cultural no ocurre”, alerta.
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