En el árido norte de Chile, los trabajadores de Quiborax, el tercer mayor productor de boro a nivel mundial, han encendido una serie de protestas tras la paralización de las faenas de la mina en el salar de Surire. La decisión del Primer Tribunal Ambiental, que admitió una demanda en julio y ordenó la detención de operaciones por irregularidades, ha dejado a los empleados preocupados por su futuro laboral. Guillermo Cata Lázaro, un transportista de la zona, explicó: “Ya estamos seis, siete días aquí y todavía no tenemos una respuesta. Por eso seguimos en el paro, para obtener una buena respuesta y poder seguir trabajando”.
La situación se complica aún más por las acusaciones del Consejo de Defensa del Estado (CDE), que ha calificado las acciones de Quiborax como un daño ambiental «continuo, acumulativo, permanente e irreparable». Este panorama tenso ha motivado a los trabajadores a elevar su voz y demandar un diálogo, no solo por sus empleos, sino también ante la creciente preocupación por el impacto ambiental en la región. En el salar de Surire, un ecosistema frágil, los riesgos medioambientales deben ser abordados con seriedad, lo que añade una capa de complejidad a las demandas de los trabajadores.
Las protestas han tomado formas diversas, incluyendo el bloqueo de rutas clave que conectan Chile y Bolivia, una estrategia que paralizó el tránsito de camiones cargados de combustibles y bienes esenciales. Según el dirigente sindical Gabriel Carvajal, la intención era ejercer presión sobre el gobierno boliviano, anticipando que esto motivaría a las autoridades chilenas a actuar. Las motorizadas decisiones de estos trabajadores subrayan su desesperación y la urgencia de respuestas ante una situación que va más allá de sus puestos de trabajo, impactando a toda la comunidad.
El salar de Surire, ubicado en el altiplano de la Región de Arica y Parinacota, es no solo una fuente vital de ingresos para las familias de quienes dependen de la minería, sino también un patrimonio natural que merece ser protegido. A medida que los trabajadores continúan su lucha, la balanza entre la producción minera y la preservación ambiental se vuelve cada vez más relevante, planteando interrogantes sobre la responsabilidad social y la sostenibilidad en una industria que enfrenta un futuro incierto.