Me viene estos días a la memoria Juegos de Guerra, película en la que se cede el control de misiles a un super ordenador programado para realizar simulaciones militares y que juega a un ataque a gran escala que pone en jaque al mundo, pero acaba concluyendo que el único movimiento para ganar es no jugar, algo muy similar a lo que reflejó el escritor británico Bertrand Russell: la guerra no determina quién tiene la razón, solo quién queda.
Tras una pandemia que se ha cobrado la vida de seis millones de personas en el mundo y que todavía combatimos, se cierne la amenaza de un conflicto bélico fraguado a fuego lento en los últimos ocho años, dividiendo el mundo en bloques políticos, económicos, sociales, ideológicos, militares e informativos, y si los líderes políticos no tienen la altura suficiente para solucionarlo por la vía diplomática, nada volverá a ser igual.
El 43% del mercado mundial del gas natural lo suministra Rusia, un 72% de cuyas exportaciones se venden a las principales potencias europeas (casi un 9% a España en 2021) y exporta alrededor de cuatro millones y medio de barriles de petróleo/día, en un mercado global de unos 100 millones de barriles/día, siendo el octavo país que más petróleo suministra a España, en torno a un 4,3%.
Pero también Rusia es un país exportador de materias primas esenciales para la industria del siglo XXI. Produjo 3,8 millones de toneladas de aluminio en 2021 (6% de la producción mundial) y extrajo 7.600 toneladas de cobalto el año pasado, más de 4% del total mundial, solo por detrás de la República Democrática del Congo. Generó 920.000 toneladas de cobre refinado el año pasado (3,5% del total mundial) y un 7% de níquel, al margen de los intereses mineros sobre este metal que mantiene en territorios como en el Caribe guatemalteco. También es el mayor productor mundial de paladio, con un 40% del mercado, y un importante productor de platino (10% de la producción minera total).
Además, es el tercer productor mundial de oro, tras Australia y China, y representa el 10% de la producción minera mundial, pero también el 15% del total mundial de titanio, así como el 4% del total mundial de acero, la mitad de cuya producción exporta a Europa.
Los movimientos diplomáticos que el Kremlin lleva a cabo desde hace tiempo y ahora también con países como China, India, Irán, Emiratos Árabes Unidos y países africanos hacen pensar que Rusia planifique hilar un bloque en oposición al del Atlántico Norte, donde la fuerza pasaría por la industria armamentística y por la disponibilidad de recursos energéticos, materias primas y componentes tecnológicos. Las sinergias entre Moscú y Pekín hacen prever que en una guerra económica provocada por el conflicto bélico de Ucrania frente a un bloque promovido por Estados Unidos supondría consecuencias de suministro desde el lado sino-ruso.
Los países africanos están dotados de depósitos de cobre, diamantes, oro, grafito, ilmenita, mineral de hierro, caolín, cianita, lignito, piedra caliza, manganeso, monacita, cuarzo, rutilo, sal, estaño y uranio. Las relaciones indo-rusas siempre han sido excelentes, si bien Nueva Delhi mantiene diferencias antagónicas con Pekín, lo que haría delicado un bloque de entendimiento donde ambas partes se encuentren. La India quiere ser un referente en materias raras a través del reciclaje de automóviles y otros vehículos avejentados y posee grandes reservas de mineral de hierro, bauxita, cromo, mineral de manganeso, barita, tierras raras y sales minerales, que se reforzará con la reforma de la Ley de Minas y Minerales (desarrollo y regulación) que pretende el Gobierno.
Los Emiratos Árabes Unidos no son fuertes en minería y su principal recurso es el petróleo, que ya de por sí es muy atractivo desde la perspectiva geopolítica y económica, aunque también exportan gas, sulfuros, fertilizantes, cemento y aluminio. Sin embargo, tienen músculo financiero y sus operaciones se extienden a otros países productores, como sucede con el oro en Colombia. Finalmente, Irán, conocido por sus recursos de petróleo y gas, también es uno de los mayores propietarios de reservas de minerales metálicos e industriales, con diversidad y abundancia de minas y producción de cobre, hierro, zinc, yeso, feldespato, barita, bentonita y fluorita.
A la vista de las circunstancias, en Europa estamos abocados a tomarnos en serio la capacidad de incrementar nuestra autosuficiencia en recursos, lo que significa, entre otras cosas, impulsar una minería que ayude a mantener el desarrollo industrial y tecnológico de sectores estratégicos ligados a la eficiencia energética y la digitalización.
España es un país de potencial minero, pero, al mismo tiempo, el sector ha sufrido un acoso ligado a criterios medioambientales, sociales y políticos que han reducido significativamente su capacidad de extraer materias primas que hoy se consideran esenciales, si no estratégicas, para productos tecnológicos clave, como el vehículo eléctrico y sus infraestructuras de recarga, la telefonía móvil, los ordenadores, la industria fotovoltaica, aeronáutica o bélica, entre un largo etcétera de sectores.
Nuestro país cuenta con depósitos de tierras raras en varias regiones españolas e incluso se habla de que los montes submarinos al suroeste de Canarias podrían abastecer toda la demanda mundial durante 10 años, pero no explotamos nuestra riqueza minera. Tampoco hacemos hasta ahora lo propio con la segunda mina de litio más grande de Europa, capaz de suministrar materia prima para 10 millones de vehículos eléctricos y ubicada en tierras de Extremadura, región que, además, necesita urgentemente de proyectos industriales que generen competitividad y empleo cuando en el indicador europeo At-Risk-Of Poverty and Exclusion (Arope), que establece el riesgo de pobreza y exclusión, obtiene un alarmante 38,7% que afecta a casi 4 de cada 10 extremeños.
No habiendo alternativas viables a la actividad minera, la opción pasa por una minería sostenible que minimice el deterioro de la calidad y cantidad de agua empleada, la reducción de soluciones químicas en la extracción de lixiviación, la producción de desechos sólidos industriales, el cambio en el paisaje y el consumo de energía y recursos.
Ya nada será igual, aunque este conflicto se acabe resolviendo, porque ha generado una brecha de dolor y resentimiento que tardará mucho en cerrarse y que va a transformar las relaciones internacionales en un escenario en el que junto a palabras como flexibilidad, adaptación al medio y resiliencia, se suma la autosuficiencia como guía para sobrevivir en el siglo XXI.
Arturo Pérez de Lucia es Director general de Aedive y vicepresidente de Avere
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