Este año las aguas de litio se han visto bastante agitadas, tanto por la fallida asignación del Instituto de Tecnologías Limpias como también por la positiva iniciativa del gobierno de turno para incentivar la creación de la Empresa Nacional del Litio. Lo cierto es que, al margen de los vaivenes de la política o legislación local, este mineral en sus distintos formatos (como carbonato o hidróxido de litio) goza de muy buena salud y ha logrado posicionarse a nivel mundial gracias al esfuerzo de SQM dentro de la minería no metálica como una materia prima de alto valor agregado, generando altos ingresos para el Estado chileno mediante el royalty minero. Además, se prevé que en las siguientes décadas su demanda siga incrementando debido a que juega un papel fundamental en el cambio climático a través de sus aplicaciones en baterías de ion-litio, almacenamiento de energía y electromovilidad.
De la misma forma que para otras materias primas producidas y exportadas por nuestro país, surge la discusión de cuál debería ser el rol de Chile: ¿siempre productor o tomar otro espacio?. Para apoyar esta discusión es necesario tener alguna consideración, en el caso del litio, las materias primas para la industria tecnológica las exportamos a un valor X y las importamos en forma de dispositivos a un costo cien veces mayor, si es que somos reservados. Pero esta discusión siempre se zanja con el triste hecho de que en Chile no está el desarrollo como para embarcarnos en una industria tecnológica, que no hay conocimiento científico fundamental, que no está el capital humano necesario y que no hay infraestructura instalada en el país. Si bien podría ser cierto, también hay que reconocer que no hay voluntad de realizar una fuerte inversión en el largo plazo para la generación de todos los recursos humanos y conocimiento que se requieren en nuestro país para, en algún momento, embarcarse en esta u otra iniciativa. Existen diversas opiniones sobre este punto, y es que para desarrollar una industria en Chile debe existir una fuerte inversión en investigación y desarrollo (I+D) que permita incrementar el valor agregado de este material, no solamente otorgarlo en forma de materia prima a los mercados. Esto puede ser posible si es que se establece una correcta inversión estatal y privada.
En el caso particular de la fabricación de baterías de ion-litio, conlleva un costo de aproximadamente 10% del total asociado al hidróxido de litio, el 70% corresponde a los denominados “materiales activos” y el porcentaje restante se reparte entre I+D y las actividades propias de una empresa. Esto hace pensar que para embarcarse en este tipo de emprendimiento se requiere de una inversión de capital importante en la adquisición de todos los otros materiales que no son producidos localmente, pero también se requiere inversión en capacidades científicas, ingenieriles y técnicas para la elaboración de dichas baterías. Para tener una idea de montos; la empresa Ford creo el Ford Ion Park con equipamiento de última generación para crear nuevas técnicas de manufactura que permitan a Ford tener diseños de celdas de baterías con una inversión cercana a los USD 200 MM; Panasonic invirtió USD 700 MM en una planta que satisfaga la demanda de fabricación de baterías para Tesla. Son montos altos que hacen repensar la idea de embarcarse en este negocio.
Pero el desarrollo de tecnologías asociadas a la fabricación de baterías de litio tiene etapas más tempranas que podrían ser abarcadas estratégicamente y que podrían ser lideradas por nuestro país. Por ejemplo, la obtención de materia prima de más alta calidad que satisfaga los altos estándares de los mercados de baterías, o visto desde otro modo, la identificación de contaminantes y su incidencia en la síntesis y fabricación de materiales activos para baterías. Con la comunidad chilena es posible que en el corto plazo se pueda generar un capital humano altamente calificado que realice I+D e innovación en la obtención de nuevos materiales catódicos y anódicos para baterías; un círculo virtuoso de creación de capital humano altamente calificado que con una inversión estratégica puede rendir frutos. Si consideramos que esta cadena de materiales se lleva el 70% del costo de la batería, entonces sería una buena idea trabajar en mejorarlos e incrementar su capacidad de almacenamiento de carga que le permita a los dispositivos que las utilizan una mayor autonomía, disminuir el deterioro de los materiales catódicos de tal forma que aumente su tiempo de vida, solo por nombrar algunos temas.
Más que tener la oportunidad de involucrarnos en la cadena de valor del litio tenemos la responsabilidad de manejar este recurso de la mejor manera posible, esto significa establecer inversiones, alianzas estratégicas y colaboraciones que nos permitan alcanzar un alto nivel de desarrollo, por supuesto, de la mano de la generación de políticas públicas que promuevan todas estas acciones.
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