Al salir la economía mundial de la crisis de la covid, se prevé que el uso de carbón se recupere tras su fuerte caída durante la pandemia.
La demanda de carbón se mantiene sólida y ayuda a impulsar el desarrollo económico en los mercados emergentes. Pero muchos países, que aspiran a lograr un futuro más sostenible, están tomando medidas para reducir su dependencia de los combustibles fósiles, especialmente el carbón.
Los obstáculos que enfrentan esas iniciativas han demostrado ser difíciles de superar, sobre todo porque la gente que trabaja en la industria del carbón dependen de ella para su subsistencia, pero es posible contrarrestarlos aplicando instrumentos de política adecuados.
La inversión ecológica y el avance tecnológico pueden ayudar a contener el repunte de la utilización de carbón y acelerar una transición hacia fuentes de energía más limpias a medida que la actividad económica se normalice. Y unas políticas bien diseñadas pueden ayudar a facilitar la transición para los mineros del carbón y otras personas cuya subsistencia depende del carbón.
Un vistazo a la historia
El carbón es un importante factor causante de la contaminación local y el cambio climático, que explica un 44% de las emisiones mundiales de CO2. Cuando se lo quema para generar calor o electricidad, el carbón tiene una intensidad de carbono 2,2 veces mayor que el gas natural, es decir, la combustión de carbón emite más del doble de dióxido de carbono que el gas natural para generar la misma cantidad de energía.
Las centrales térmicas alimentadas con carbón liberan dióxido de azufre, óxido nítrico, material particulado y mercurio en el aire y en los ríos, arroyos y lagos. Esas emisiones no solo degradan el medio ambiente sino que, según indican evidencias de larga data, son peligrosas para la salud humana.
Conforme lo estimado en informes médicos del gobierno británico, 4000 personas murieron en 1952 como resultado directo de la Gran Niebla de Londres, causada por la combustión de carbón y escapes de diésel.
Existe una fuerte relación entre el nivel de desarrollo y el consumo de carbón, siendo los países de ingreso mediano generalmente más dependientes de ese combustible. Durante la segunda revolución industrial a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, las economías avanzadas incrementaron rápidamente su dependencia del carbón.
Al continuar aumentando los ingresos, sin embargo, el carbón fue lentamente reemplazado por combustibles más eficientes y prácticos y menos contaminantes, como el petróleo, la energía nuclear, el gas natural y, más recientemente, las energías renovables.
Esa reducción del uso de carbón fue interrumpida en los años setenta y luego revertida parcialmente por tres factores:
1) preocupación acerca de la seguridad energética, 2) creciente electrificación y 3) rápido crecimiento económico de los mercados emergentes. Las crecientes necesidades de energía contribuyeron a generar un repunte de la demanda de carbón para la generación eléctrica en muchas economías avanzadas, que al mismo tiempo recurrían nuevamente al carbón para reducir su dependencia del petróleo importado.
A principios de este siglo, el uso de carbón estaba nuevamente en descenso en las economías avanzadas, pero ese declive fue compensado con creces al acelerarse la demanda en los mercados emergentes.
Hoy, los mercados emergentes representan el 76,8 % del consumo mundial de carbón, aportando China alrededor de la mitad. La generación de energía concentra 72,8 % de la utilización de carbón, y los usos industriales, tales como carbón de coque para la producción de acero, representan otro 21,6 %.
Obstáculos para la eliminación progresiva del carbón
Eliminar progresivamente el uso de carbón suele llevar décadas. Al Reino Unido le tomó 46 años reducir el consumo de carbón un 90 % desde el nivel máximo alcanzado en los años setenta. Entre una variedad de países, el uso de carbón disminuyó solo 2,3 % por año durante el período 1971–2017. A ese ritmo, llevaría 43 años eliminar por completo el uso de carbón, a partir del año de consumo máximo.
Varios factores dificultan el abandono del carbón.
Primero, el uso industrial de carbón, concentrado en los mercados emergentes, es difícil de reemplazar por otras fuentes de energía. Las tecnologías basadas en el hidrógeno abren un camino para ecologizar la producción de acero, pero actualmente los incentivos son débiles debido a una insuficiente tarificación del carbono.
Segundo, las centrales eléctricas alimentadas con carbón son activos de larga duración diseñados con una vida útil mínima de 30 a 40 años. Una vez construidas, las centrales a base de carbón llegan para quedarse a menos que haya drásticos cambios en los costos de las energías renovables o que intervengan las autoridades con medidas de políticas públicas.
Tercero, el abandono del carbón generalmente supone pérdidas para la industria minera nacional y sus trabajadores. En los principales países consumidores de carbón, como China e India, los fuertes intereses de la minería local pueden complicar y demorar la eliminación progresiva del carbón.
En Estados Unidos, la rápida transición desde el carbón hacia el gas natural dio lugar a una caída del empleo en las minas carboníferas, un número récord de quiebras entre las empresas de minería del carbón y una fuerte disminución de las existencias de ese mineral.
Una transición similar en algunos países productores de carbón podría poner en peligro la estabilidad financiera, ya que los bancos sufren pérdidas por las inversiones en minas y centrales eléctricas obsoletas, que pasan a ser activos “varados” (stranded assets), es decir inservibles o no productivos. Y el elemento humano a menudo ve una larga y orgullosa tradición de mineros y otras personas que trabajan en la industria, lo que hace difícil abandonar esta forma de vida.
Viabilidad de las transiciones
Ciertas condiciones de mercado e instrumentos de política pueden ayudar a superar los obstáculos que impiden un abandono progresivo del carbón. Políticas medioambientales más estrictas, impuestos al carbono y energías sustitutas asequibles son cruciales para lograrlo.
Por ejemplo, un régimen de tarificación del carbono permitió al Reino Unido reducir su dependencia del carbón en 12,4 puntos porcentuales entre 2013 y 2018. En España, los subsidios del gobierno en favor de una generación eléctrica renovable contribuyeron a reducir la dependencia del carbón entre 2005 y 2010, si bien esa reducción obedeció en parte a factores temporales. En Estados Unidos, una disminución más moderada fue impulsada por las fuerzas del mercado debido a que la revolución del gas de esquisto empujó a la baja los precios del gas natural.
Se plantearán preguntas difíciles que deberán responderse al considerar las alternativas de política que favorecen el abandono del carbón. Los mineros del carbón y otras personas que dependen de la industria del carbón para su subsistencia necesitan, y merecen, soluciones realistas ante la posible perturbación que enfrentan.
Se necesitarán otras políticas de apoyo para facilitar las transiciones laborales, y posiblemente alentar el desarrollo de industrias alternativas para evitar el vaciamiento de las comunidades y la desestabilización de las familias.
En el caso de los países de mercados emergentes y de bajo ingreso, la comunidad internacional puede proporcionar asistencia financiera y técnica (por ejemplo, sobre los conocimientos necesarios para construir redes que funcionen con fuentes de energía intermitentes, como la energía eólica y solar) y limitar el financiamiento de nuevas centrales de carbón, al menos allí donde existan alternativas disponibles.
Alternativas más limpias, como el gas natural, también pueden servir como un puente en la transición energética hacia un futuro más verde.
La tecnología de captura y almacenamiento del carbono puede ser una solución viable para facilitar la transición del carbón, pero actualmente es menos competitiva en función de los costos que otras fuentes de energía con bajas emisiones de carbono, como la energía solar y eólica.
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